martes, 20 de mayo de 2008

Pendiente de

Primera imagen. Un yorkshire mira fijamente, al otro lado de la puerta de cristal, a un boxer que, inmovilizado por una correa en tensión, no deja de observarle. Segunda imagen. Mientras un grupo de adultos relata, detalle a detalle, los acontecimientos de la semana alrededor de cuatro vasos de vermú, una adolescente, hija de uno de las parejas de labia de domingo, repasa una y otra vez el archivo completo de mensajes de texto de su móvil. Tercera imagen. Una cometa sin dueño pende de la rama de un árbol. Cuarta imagen. La cajera del supermercado queda eclipsada por un trozo de cielo azul que alcanza a ver desde su silla ergonómica. Quinta imagen. Una mujer se comen las uñas y bosteza mientras atiende una llamada de teléfono. Sexta imagen. Cuatro mandos a distancia, de otros tantos aparatos, esperan ordenados por tamaño, la llegada de la mano ejecutora en la mesita de una sala de estar. Séptima imagen. Diez fechas del calendario de la cocina señaladas con un círculo, grueso trazado con rotulador azul marino. Octava imagen. Una cola de treinta personas, con camisetas verdes, blancas y marrón arena, espera en una tienda de ropa y complementos para pagar en caja. Novena imagen. El pitido de una batería que se acaba.

domingo, 11 de mayo de 2008

No te comas la menta

No tuve valor para no responder al mensaje, que llegó de madrugada y a traición. Ahora que me sentía fuerte tenía que decirle que se había evaporado de mi mente, que no recordaba ni su pecho, ni sus manos, ni sus enormes dientes blancos, ni su tacto (a veces rugoso, a veces insultantemente suave), ni su cara de sueño por la mañana, ni sus carcajadas estrepitosas siempre a destiempo. No tuve valor para callarme que había deshecho el nudo; que ya no me dolía que no supiera lo que hacer. Nada más elegir la opción 'aceptar' y ver volar el sobre hacia el sur, deseé haber tenido coraje para enmudecerme de una vez por todas y no seguir mostrando más cartas en un juego en el que ni siquiera se puso un tapete. Pero ya era tarde: las ondar electroloque sea habían hecho su trabajo.
Decidí pedir otro mojito. No era, en absoluto, la mejor solución, sólo la única posible en la ciudad de los corros y los meteorólogos inquietos. Después de masticar el hielo y las escasas hojas de menta que flotaban a desgana, me sentí un poco peor, pero mucho más tranquila.
"Tengo que comprar una cámara digital". Decidí pensar en eso y en los millones de momentos absurdos que podría inmortalizar con el aparatejo. Y en los millones momentos absurdos que me perdería.
"¿Otro mojito?". A mi lado, ella no intuía la descalabrada actividad mental que me acompañaba aquella noche.
"Sí".
"Pero no te comas la menta".
"Vale".