jueves, 15 de enero de 2009

Y sin embargo, crece


Cada miga, cada esponjosa partícula, consistente y frágil al mismo tiempo, era, hora y media antes, un grumo pegajoso e igualmente sabroso. Cuatro huevos, el mismo peso en harina, el mismo en azúcar, un sobre de levadura, ralladura de limón, una charla distendida y la luz tenue de la cocina obraron el milagro. En la mezcla, pastosa, pereció la tarde. En la mezcla, dulce y granulada, se consumió el discurso. En la mezcla, inmensa, falleció la rutina.

Y sobre el molde, desafiando la incredulidad y la alucinación congelada, nació el bizcocho.