martes, 12 de mayo de 2009

Soledades difíciles

Ojos tristes, infinitamente tristones, con una inmensidad de piedra para abarcar. Lleva varios días en que apenas mueve las orejas. Se pasea despistado, disimulando su amargura, su pesadumbre, su tedio. A su alrededor, apenas nadie, apenas nada. Y ni un sólo congénere en cientos de kilómetros a la redonda. El único cerdo de Afganistán dibuja la desdicha con el rabo. Se aburre. Está solo en un país donde es un animal impuro y exótico. Y ahora, para más inri, señalado por una pandemia. Le han aislado. Nadie va a verlo gruñir ni dar saltitos. Creen las gentes que posar la mirada sobre su piel dura, rosada por momentos, les hará estornudar. Creen las gentes que mirarlo de frente, de costado o por detrás, les pondrá de repente enfermos. El cerdo de Afganistán, en su jaulita del zoológico de Kabul, es un proscrito por partida doble. Nunca aspiró a caer bien exceso, a pesar de ser un regalo, pero no a esto... La suya es una soledad difícil, parece que va para largo. Por las mañanas, mira al cielo pero no le alivia en absoluto.