martes, 16 de junio de 2009

Muerte solitaria en un bolsillo

No parpadea. A lo sumo, un pitido te informa de que la batería está a punto de acabarse, de que tu teléfono móvil está próximo a una muerte temporal aunque inquietante.

H. recorre el paseo marítimo a paso lento. Por momentos, roza la barandilla que separa el asfalto de la arena. Día libre. Día de asueto. Mente en blanco. Tal vez, un vermú.

Sigue paseando. No le importa la hora, pero la costumbre obliga. Sin pensarlo demasiado echa mano al bolsillo del pantalón para comprobar, en formato digital, que le queda todo un día por delante. Pero este gesto inocente, mecánico, quiebra su galvana elegida, su galvana adorada. En la pantalla del teléfono no hay nada. Ni siquiera una pila a medio vaciar. Sin aviso, el móvil ha muerto entre los pligues del vaquero. No se ha dado cuenta del fallecimiento.

Tras un momento de duda, H. se convence. "No pasa nada". Sigue caminando y sigue rozando el pasamanos pintado de azul . Pero su mente ya no planea sobre un vaso de martini, ni recorre la orografía de una aceituna. Sus pensamientos, con cadencia, se dirigen a la pantalla vacía y al enorme abismo que le separa del resto de la humanidad conocida.

El efecto lavadora centrifuga ahora su razón. ¿Cómo avisará de que tal vez no coma en casa? "No pasa nada". H. camina pero, de repente, desconocer el destino conreto de sus pasos, esa mañana de junio, le incomoda, le hace perder el paso. "¿Y si G. decide llamarme ahora, precisamente ahora?". Sabe que sólo lo intentará una vez, dos como mucho. La jornada de G. es como una partida de damas. Si no contesta, dará la media vuelta y se esfumará.

Pero lo peor no sería perder la oportunidad de mirar a los ojos a G., de romper con un machete sus pestañas y bucear en sus pupilas. Lo peor sería que L., infinitamente triste desde hace cinco días, necesitara oír su voz. Está alicaída y le cuesta verbalizar su pesar. ¿Y si le llamara justo ahora, sabiendo que es su día libre, para recorrer el paseo marítimo y tocar la barandilla azul? La voz de la mujer que avisa de que el teléfono está apagado o fuera de cobertura lo deprimiría aún más. Pobre L.

H. se ha detenido junto a una farola. Juega nerviosa con el aparato inerte. "Joder, quedé en avisar a P. Y es el cumpleaños de J." La imagen de su precioso y reluciente cargador de móvil lo tortura. "¿Por qué no lo llevo en el bolso? ¿Por qué hoy no llevo bolso?". H. se enfada consigo misma. Deshace el camino andado corriendo, a pesar de que ayer por la noche tuvo una crisis asmática y sus alveolos pulmonares están levemente resentidos.

4 comentarios:

Nubenegra dijo...

¿Recuerdas tu adolescencia? Cuando salías de casa con apenas 50 pesetas sueltas por si tenías que llamar desde una cabina; cuando la gente esperaba quince minutos sin desesperarse, sin quemarte el móvil al más mínimo retraso; cuando los chicos dejaban notas en tu estuche o contactabas con la gente dejando mensajes escritos en la mesa de tu clase; cuando ningún ruido electrónico perturbaba el silencio de un examen; cuando conocías a gente en el tren o el autobús; cuando todo era menos artificial; cuando éramos más libres.

Microalgo dijo...

Me ha quitado el pensamiento de las yemas de los dedos, Nubenegra (Gran Jefe Nubenegra, supongo).

Y yo tardé en tener móvil... pero créame que ahora me está siendo útil. Ya le contaré algún día.

Un abrazo.

carmen moreno dijo...

Ay, cómo entiendo la última frase, sí, sí, la de los alveolos pulmonares.

Microalgo dijo...

Y en fin, querida Carmen. No hay muerte más clásica para un poeta, ya lo sabe, que diñarla de los bronquios. La otra muerte clásica ya me prometió Usted que la obviaría siempre (le recuerdo su promesa).